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viernes, 7 de septiembre de 2007

I feel it in my fingers, I feel it in my toes…

Y es que siento una sensación que hacía mucho tiempo que no sentía. Ese “it”, objeto directo de la oración, no es propiamente el mismo al que hace referencia la canción (ya que éste se refiere al amor y yo afortunadamente tengo ese tema resuelto), sino a esa ilusión que invade tu cuerpo y que te impulsa a tararear esa canción que en el trayecto hacia el trabajo suena en la radio de tu coche, esa ilusión que te lleva a buscar y remover todos aquellos recursos pedagógicos que por infortunios de la vida no tuve ocasión de emplear el curso pasado, esa ilusión que generan las cosas recién estrenadas, la ilusión, en definitiva, de sentirte vivo haciendo algo que te gusta y que otros valoran.

Todas las reuniones que estamos teniendo en esta primera semana de curso son como una catarsis de aquello que a todos nos gustaría que fuera la enseñanza. Buenos profesionales, llenos de ideas y de experiencias que desean llevar a cabo el magnífico proyecto, no de educar que es una tarea más propia de los padres (somos educados desde el mismo momento en que nacemos), sino de enseñar. Lo que pasa muchas veces (demasiadas, desgraciadamente) es que todas esas ilusiones, todos esos proyectos quedan muchas veces en papel mojado. Y es que es muy fácil teorizar alrededor de una mesa sobre lo que se puede hacer con los alumnos. La realidad, en la mayoría de los casos, es que nos encontramos con unos alumnos totalmente desmotivados y que carecen de cualquier hábito que implique un mínimo de esfuerzo. Si a este hecho le añadimos el aumento masivo de inmigrantes, los profesores nos encontramos muchas veces desbordados a la hora de atender a tan variadas necesidades. A pesar de ser este el panorama que me espera a partir de la semana que viene, sigo ilusionada porque nunca los grupos son iguales ni reaccionan de la misma manera a la propuesta de trabajo.

Me quedo con la satisfacción de saber que lo estoy haciendo bien, pensando en la mejor manera posible de hacer la asignatura de inglés amena a unos chicos que, en muchos casos, llevan escolarizados apenas dos o tres años y que por ley deben ser integrados en nuestro sistema escolar de acuerdo a su edad. Sé por experiencia que todo este esfuerzo personal y colectivo de estos días previos al inicio de curso suelen caer en saco roto porque la realidad nos supera al no verse recompensadas tantas horas de esfuerzo con el interés suficiente por parte de nuestros alumnos. Aun así, me gusta descubrirme a mi misma tarareando de vuelta a casa esa conocida canción que suena en la radio del coche.

3 comentarios:

LaReinaDelSur dijo...

Me gusta el tono del post! Deberían haber más "profes" como túuuuuuuu!

Me alegro, de verdad, que este curso pinte mejor.

Un beso!

Clarice Baricco dijo...

Sabes? mi madre es maestra de inglés. Una apasionada de su materia. Y por esta asignatura nos sacó adelante a mi hermano y a mi.
Y como se nota a leguas que tú tienes pasión por la docencia, no te preocupes, segura que te irá bien con los chicos.

Abrazos muchos.

Satrústegui dijo...

Lo que me gusta es ese empeño que pones por hacerlo lo mejor posible. A veces parece que es una lucha en solitario contra el mundo, pero a veces con una persona basta para que las cosas puedan mejorar o cambiar para bien.

Desde aquí te mando todo el apoyo moral que mediante un comentario se pueda mandar. Ánimo!